Cada ser humano, hombre o mujer, que ha venido a la existencia se debe a un acto de amor muy especial de Dios hacia ti o hacia mí.
Pero si el recibir la vida es un acto de amor de Dios hacia nosotros, mucho más lo es la conservación de ésta frente a tantas amenazas que tiene la vida intrínseca y extrínsecamente.
A lo interno de la vida hay muchas amenazas incontrolables, como son las enfermedades congénitas y otras que presentan tantos retos a la medicina moderna, como son las mutaciones de los virus infecto-contagiosos para los que no hay recetas apropiadas, sino más bien de experimentar a ver qué pasa.
A lo interno hay tantos cánceres malignos como órganos tenemos.
De ahí que será poco menos que imposible llegar a obtener una vacuna contra el cáncer en general.
A lo externo la inseguridad y el crimen organizado son una gran amenaza contra la vida.
Pero donde termina la ciencia, comienza la fe y la gratitud a Dios, nuestro Padre.
San Agustín decía que: “Si somos agradecidos por los dones recibidos de Dios como la vida, la salud y otros dones muy valiosos, nos preparamos para recibir mayores bendiciones.
En una ocasión Jesús curó a 10 leprosos (Lucas 16, 11-17).
Pero de éstos 10 solamente uno volvió a dar las gracias y Jesús preguntó: ¿No fueron 10 los leprosos curados? ¿Dónde están los 9 restantes? Solamente uno regresó a dar las gracias y éste era un samaritano o extranjero, es decir que no era judío.
Esto significa que la gratitud agrada mucho a Dios, por el contrario la ingratitud hiere y causa repulsa.
Por esta razón “Es digno y justo dar gracias a Dios siempre y en todo lugar”.
Fuente: La Información
Autor: Juan Núñez Collado
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