“Los días de nuestra edad son setenta años y si en los más robustos son ochenta,
con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan y volamos”
(Salmo 90).
El salmista David tiene plena conciencia de cuán
insensato es desperdiciar los preciosos días de nuestra breve existencia; las
pocas décadas de vida, las contadas horas irreemplazables en rumiar agravios o
en perseguir fantasías. Conoce la importancia de dedicar la vida a acciones y
sentimientos que valgan la pena, a las grandes causas, a los afectos verdaderos
y a las empresas perdurables. Porque ñal decir también de André Maurois- la vida
es demasiado breve para ser pequeña.
Pero el rey David insiste en que lo
primordial es buscar el perdón de pecados y el obrar con rectitud. Insta a orar
a Dios que nos conceda andar en el camino de la verdad y asegurar una herencia
en el cielo.
Muchas veces Dios llama al hombre, en medio de su
enfermedad u otras aflicciones, a que vuelva a Él, arrepintiéndose de sus
pecados y viviendo una vida nueva. Pues el tiempo pasa sin que lo notemos, sin
percatarnos, como hombres dormidos; cuando pasó, ya es como nada. En efecto, es
una vida corta y velozmente pasajera como las aguas de la inundación. El hombre
florece como la hierba, que se marchita cuando llega el invierno de la vejez,
pero puede ser cortado por la enfermedad o el desastre.
Ciertamente
el mayor deseo del hombre es vencer el tiempo y la muerte, y Dios, por su amor,
ha prometido satisfacer este anhelo. Los apóstoles, inspirados por Dios,
aseguran que todo aquel que cree en Jesucristo tiene vida
eterna.
“Recuerda, oh Dios, cuán breve es mi tiempo ñprosigue el
salmista-. Acabamos nuestros años como un pensamiento. Como la hierba que crece
en la mañana. En la mañana florece y crece, a la tarde es cortada, y se seca...
Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón
sabiduría”.
Pablo Clase Hijo
No comments:
Post a Comment