El príncipe judío Absalón, tercer hijo de David que vivió en el siglo X antes de Cristo, es conocido porque le declaró la guerra a su padre.
En II Samuel leemos que en todo Israel no había hombre tan hermoso y de tan gallarda presencia como él. Pero el orgullo no tardó en cegarlo. Con astucia, captó las simpatías del pueblo, asesinó a su hermano Amnón y se rebeló abiertamente contra el Rey.
Este se vio obligado a huir de Jerusalén.
Más tarde, ambos ejércitos, el del hijo y el del padre, mandado por Joab, se enfrentaron en el bosque de Efraín.
Los rebeldes fueron vencidos.
Veinte mil hombres de estos fueron pasados a cuchillos y quedaron sobre el campo de batalla.
Así derrotado, Absalón huyó en un mulo, buscan do su salvación en la fuga.
Pero al pasar por debajo de una gran encina, su cabellellera quedó enredada en las ramas del árbol, por lo que, al seguir el mulo adelante, se quedó colgado en el aire.
He aquí una lección para los jóvenes: miren a Absalón, colgando de un árbol, maldecido, abandonado por el cielo y la tierra; lean en esto cuánto aborrece el Señor la rebelión de los hijos contra los padres.
Llegó entonces Joab y, pese a la orden del Rey de respetar la vida del príncipe, le atravesó el corazón con tres dardos o rejones.
Para David el rey, la derrota del conspirador fue una gran victoria. Para David el padre, una tragedia horrible.
Cuando supo de la muerte de Absalón, se conmovió, y subiendo al cuarto que estaba encima de la puerta, se echó a llorar.
Y mientras caminaba, decía: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Ojalá yo hubiera muerto en tu lugar! ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío!”.
En efecto, notamos en David una sombra del amor del Salvador que lloró, oró y hasta sufrió la muerte por la humanidad rebelde y enemiga.
Pablo Clase Hijo
Fuente: Listin
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