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Tuesday, June 22, 2010

“Sujétalo cerca y luego suéltalo”

Me doy cuenta que esta tarea de dejar en libertad al hijo es una de las más importantes responsabilidades de los padres.

Los padres deben estar en contacto con las vidas de los hijos, proporcionándoles amor, protección y autoridad.

Pero cuando los hijos llegan al final de la adolescencia, y doblan los veinte hay que abrir la puerta de la jaula para que salgan al mundo exterior.

Este es el momento que temen más los padres, particularmente las madres y los padres cristianos que se preocupan profundamente del bienestar espiritual de sus familias.

¡Cuán difícil es esperar que llegue la respuesta a esta pregunta!. ¿Los eduqué debidamente?

La tendencia de los padres es retener el control a fin de poder evitar oír una respuesta que no se desea a esta importante pregunta. A pesar de ello, nuestros hijos e hijas es más que probable que harán las decisiones acertadas cuando no tienen que rebelarse contra las interferencias de los padres.

Una frase que podría proceder de los Proverbios, pero no aparece en la Biblia: “Si amas algo, suéltalo. Si regresa, es tuyo. Si no regresa, no fue nunca tuyo”.

Esta pequeña afirmación contiene mucha sabiduría. El amor requiere libertad. Esto es válido para relaciones humanas. La mejor manera de terminar el encanto del matrimonio es aprisionar al cónyuge. Repito, el amor requiere libertad, no puede ser coaccionado o exigido.

La aplicación de esta perspectiva a los adolescentes (especialmente doblado los veinte) tendría que ser obvia. Llega un punto en que nuestra crianza de ellos ha terminado y es necesario soltarlos. Si el hijo se va, se va. Si se casa con quien no debiera, ya lo ha hecho. Si va por mal camino, nos es imposible evitarlo. Esto no significa que no nos importe y que no usemos medio alguno para que vuelva al buen camino o regrese al redil. Pero lo triste es que no pudiéramos haber influido en él con más acierto cuando teníamos la oportunidad.

El paso a la edad adulta puede que la veamos acercarse con menos temor si hemos puesto fundamento sólido en los primeros años. Incluso la inevitable reacción de la primera adolescencia puede ser un factor saludable.

Esta fricción contribuye a cortar el cordón umbilical de la relación niño-mamá; de no darse este paso la vida matrimonial del nuevo adulto va a sufrir mucho. Si la tensión entre las generaciones no fuera parte del plan divino para el desarrollo del hombre no prevalecería de modo universal, incluso en los hogares en que el amor y la autoridad se han mantenido con el equilibrio apropiado.

{Primera parte}
La Información
Vilma de Rojas

{Segunda parte}

¿Qué se puede hacer cuando tu hijo, de dieciocho a veinte años, hace decisiones diferentes y opuestas a los que tú deseas y esperabas?. Los padres se consideran frustrados y desolados ante la pérdida de influencia sobre el hijo a quien habían enseñado en “el camino por el que tenía que ir”, pero ahora “se aparta de él”.

El ser padre empieza cuando nace el niño. Pero, ¿cuándo termina?, o ¿debe terminar?. Si es así, ¿cuándo?, y ¿de qué forma? El proceso de soltar a nuestros hijos tiene que empezar al poco de nacer y va avanzando gradualmente hasta que cumple unos veinte años, cuando tiene lugar la emancipación total, es lo más difíciles que tienen que afrontar los padres. El quedar libres no es un suceso súbito.

En realidad, el padre o madre no debe hacer nunca por el hijo nada que el hijo pueda hacer por sí mismo. El rehusar conceder la independencia posible y apropiada da por resultado la rebeldía y la falta de madurez, sea a los dos años o a los veinte.


El Doctor Dobson (sicólogo cristiano) defiende la idea de la disciplina con amor durante los primeros años, pero considera que llega un momento en que las relaciones entre las generaciones han de cambiar. Cuando el hijo ha llegado a los dieciocho o veinte años los padres deben tratar a los hijos como sus iguales prácticamente. Esto deja libre al padre de la responsabilidad de dirigirle y al hijo de la obligación de depender del padre.

Esto es especialmente difícil para los padres cristianos, porque nos preocupamos mucho del resultado de nuestra crianza. El temor a la rebelión y rechazo de los valores y creencias nos impulsa a retener nuestra autoridad, hasta que nos la arrancan de la mano, pero entonces ya se ha causado grave daño a la relación familiar. Es difícil para los padres ser discretos cuando el joven elige una compañía que no es de su agrado.

Aunque es doloroso consentir en lo que se cree va a ser una equivocación, dice Dobson, no es prudente adoptar una actitud dictatorial y autoritaria sobre el asunto. La oposición puede dar lugar a tensiones durante el resto de la vida entre las dos familias.

Es legítimo presentar objeciones, pero no es apropiado importunar, criticar y discutir con el que va a hacer esta importante decisión. Una vez expresadas la oposición, los padres han de hacerse a un lado. Sólo puede ofrecérsele que se va a orar, pidiendo que el hijo procure conocer la voluntad de Dios sobre el asunto. También dejar claro que la decisión es del hijo o hija, no de los padres.

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