El pueblo dominicano, en la espera de que sus principales problemas se les resuelvan con satisfación, se debate ante un panorama que desgarra el alma, y que parece no interesarle a nadie resolver, y tomar las medidas que el caso amerita. La reciente desaparición de una embarcación con 94 personas a bordo, tiene en sosobra no solamente a los familiares de las victimas, sino tambien al país que demanda sanciones rigurosas ante el drama que lacera los mas profundos sentimientos humanos.
La situación de pobreza que envuelve a los dominicanos, impulsa a una parte de la población a emprender la aventura de alcanzar territorio puertorriqueño, y una vez alcanzado ese objetivo, emprender la segunda meta, intentar llegar a cualquier estado de la Unión Americana en busca de una mejor forma de vida.
Pagan altas sumas de pesos y hasta muchas veces en dólares, con tal de poder alguna vez pisar la llamada nación del sueño americano, aunque los resultados muestran que el tránsito por el canal de la mona termina en muerte, pesadilla, llanto, dolor, frustración, apresamientos y deportación.
Mientras todo esto acontece, los beneficiarios del negocio, que al parecer, se sabe quienes son y donde están, se pasean libremente en sus yippetas y yates, y duermen con todos los privilegios y a la altura de su monarquía real, bajo el amparo del poder terrenal y su negocio vitalicio y hereditario, sin que nadie les impida la denigrante y dolosa práctica.
En medio de todo el llanto y desesperación de la cotidianidad dominicana, hay una luz que ilumina a todo hombre, la luz de Cristo. Él aconseja: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga. San Mateo 11:28,30. Él es la fuente de agua de vida, que salta para vida eterna.
Bendiciones, el Señor viene.-
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