Nuestros hijos no serán buenos, íntegros, exitosos solo porque queramos. La misión de un padre, de una madre, es educarlos, disciplinarlos, enseñarlos a amar y a ser correctos.
Su futuro estará íntimamente vinculado al trabajo que hayamos realizado.
Si los dejamos que aprendan sin nuestra guía, que hagan las cosas a su antojo; si no los corregimos, ni establecemos disciplina; si no les enseñamos el orden, los valores, las prioridades de la vida, etc., su base como adultos será muy débil y poco podremos esperar de ellos.
Así es nuestra vida con la fe. También debemos disciplinar nuestra fe, alimentarla, compartirla, mejorarla, socializarla, orar.
Si no lo hacemos, si solo decimos que amamos a Dios y no disciplinamos nuestra fe, nuestro corazón se irá con la primera tentación que le pase por el frente, nuestra espiritualidad será débil y tambaleante, incluso, la incredulidad tendrá espacio en nuestra vida.
Josefina Navarro
Listín Diario
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