Abraham se levantó muy de mañana, ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus siervos y a Isaac, su hijo. Después cortó leña para el holocausto, se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho. Génesis 22.3
La fe debe ser una de las cualidades que distingue al siervo del Señor. Existe en el pueblo de Dios, sin embargo, bastante confusión acerca de este tema.
Para muchos la fe no es más que un deseo de que las cosas salgan bien. Es la esperanza de que las circunstancias se resuelvan favorablemente y que las dificultades no nos afecten demasiado. Una exhortación que escuchamos con cierta frecuencia en la iglesia es la de hacer las cosas con más fe, lo que delata una convicción de que la fe se refiere a manifestar mayor entusiasmo en los emprendimientos.
El versículo de hoy nos da una clara idea de que la fe es algo enteramente diferente. Las instrucciones de Dios, que llamaban a Abraham a ofrecer en sacrificio a su único hijo, Isaac, ubicaban al patriarca en el centro de lo que podría ser una profunda crisis personal. La noche posterior a estas instrucciones debe haber sido una interminable agonía, mientras Abraham luchaba con las reacciones naturales a tamaña petición. ¿Cómo podía este gran Dios pedirle el hijo que tantos años había esperado, que él mismo había prometido?
Sin embargo, Abraham no permitió que sus emociones fueran el factor decisivo en su comportamiento. Entendía que el siervo de Dios es llamado a la obediencia, aun cuando no entiende lo que el Señor está haciendo ni el porqué de las circunstancias en las cuales se encuentra. Es, ante todo, en las palabras del apóstol Pablo, un «esclavo de la obediencia» (Ro 6.16).
Note la abundancia de verbos en el versículo de hoy: se levantó, preparó, tomó, cortó, salió, y fue. Sin importar la magnitud de su angustia, el padre de la fe comenzó muy de mañana con los pasos necesarios para hacer lo que se le había mandado, mostrando, de esta manera, lo que es la esencia de la fe.
La fe es una convicción profunda en la fidelidad de Dios, que conduce indefectiblemente a la acción. Es la certeza de que, no importa cuán contradictorias y difíciles sean las circunstancias, Dios no se verá limitado en su propósito de cumplir su Palabra. En este caso, según el autor de Hebreos, Abraham creía que Jehová era «poderoso para levantar a Isaac aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir» (Heb 11.19).
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