“Tengo fe, pero dudo; ayúdame”.
Mr. 9: 24.
Un hombre cuyo hijo estaba endemoniado buscó ayuda en Jesús para la sanción
espiritual del niño.
El Maestro le preguntó: “¿Crees que puedo hacerlo?”; el hombre, revestido de
humildad y de honestidad, le respondió: “Tengo fe, pero dudo; ayúdame”.
Él pudo haber dicho simplemente que sí, que tenía fe, pero no, él fue
honesto.
¿No decimos nosotros constantemente que tenemos fe y al momento de la prueba
exhibimos absolutamente lo contrario? Si hoy nos sinceráramos con Jesús y le
dijéramos ‘Señor, dudo, soy imperfecto, ayúdame a creer’, sepamos que
recibiremos respuesta, que esas palabras dichas con humildad y sinceridad, como
las del padre del niño endemoniado, moverán la acción de Dios en nuestra vida y
conforme a su voluntad.
“Pidan y se les dará”, nos dice Jesús. Que no nos frene la duda, que no nos
frene el miedo, la desidia, el orgullo, el conformismo o la
pseudoignorancia.
Pidamos a Jesús que nos ayude a creer y dejemos que Él haga milagros y
prodigios en nosotros mismos.
Fuente
LISTÍN DIARIO
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